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jueves, 23 de diciembre de 2010

Ejercicio de estilo


l’idée vague d’aimer, dans laquelle il n’y a pas d’amour

Anoche te soñé, sin duda por causa de Proust. Hasta ahora no han sido pocos los pasajes de este primer tomo que al leerlos, al terminarlos o al encontrarme en medio de sus palabras y sus significados, al sentir, quién sabe si falsamente, que soy capaz de intuir el sentimiento último que intentan nombrar, inevitablemente te recuerdo. A veces por una trivialidad, como con esos dos de la primera parte que aluden a la buena crianza de una persona, al mucho aprecio que la familia provinciana del narrador dispensa a ese sutil refinamiento que se manifiesta en acciones en apariencia banales aunque secretamente admiradas, como la elección inmejorable de las hortalizas para la cena o el conocimiento de la mejor tienda para adquirir el regalo más adecuado para cierto personaje. En otras son párrafos mucho más importantes, mucho más vivos y trascendentes, todos de la segunda parte, todos concernientes a los amores entre Swann y Odette, a la titubeante inocencia con que Swann se acerca a ella en sus primeras noches de intimidad y aislamiento o a la penosa frialdad que cae sobre el trato de ella hacia él, la tiránica frustración a la que Swann se somete ahora que Odette se sabe amada o reverenciada o codiciada para siempre y sin remisión, a esa hiriente comodidad con la que ella se instala en los lindes del punto sin retorno y cuya posición no sería tal sin esa mansa costumbre de Swann hacia sus desplantes y sus caprichos, último vínculo con el que se ata a ella y su vida y sus quehaceres, esa abúlica resignación que le obliga a armar estructuras complicadas cuyo resultado final será, si todo se cumple de conformidad con el plan trazado, un agradecimiento de Odette o un recado suyo o la posibilidad y el permiso de pasar a visitarla a su casa. Entonces pienso que esta tristeza que todavía me dura y que a ratos se deja sentir sin aviso ni cuidado, a la mitad de una tarea doméstica, al despertar de un sueño tristemente grato como el de anoche, se parece demasiado a esos fragmentos de Proust, tanto, que imagino que, según me sucedió ya con aquellos pocos versos de Boscán y Herrera, pude consultar este destino de fracaso y desilusión antes de padecerlo con sólo abrir el libro en la página correcta, en la descripción justa que auguraba el desenlace necesario de mis torpes escarceos para contigo. Pero después, al instante siguiente, abro los ojos y mi realidad disipa estas ensoñaciones. Pienso en la tortura inútil que me provoco con este sentimentalismo literario. Pienso en que sin esa desilusión dejaría de notar esos fragmentos, pasaría de largo junto a ellos, con la misma distracción con que recorro los aparadores de una boutique, con el mismo tedio con que camino esas largas avenidas saturadas de miles o millones de autos que me parecen todos iguales, todos con idéntico conductor, los leería sin detenerme ni asombrarme, como si leyera una receta de cocina o como si escuchara la relación que de un hecho corriente me hace un amigo. Pienso que quizá sin esa desilusión no sería capaz, ahora, de seguir leyendo a Proust.

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