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lunes, 24 de mayo de 2010

apropósito

«El "affaire Baulito" había sido un fraude común y corriente que tuvo como víctima a un próspero e influyente financiero neoyorquino llamado Peter Pancreas que necesitaba llevar a su mercado diez toneladas de cocaína. Para meter el polvo urdió un plan maestro: una empresa fantasma le vendería a México mil toneladas de leche radioactiva irlandesa de los tiempos de Chernobyl, los mexicanos "descubrirían" la radioactividad y las regresarían a Estados Unidos: ahí, disfrazadita de leche radioactiva, vendría la cocaína. Lo único que necesitaban era embarcar en el negocio a un mexicano, que resultó ser Baúl Sentinas, cuyas credenciales incluían ser pariente del Hombre y funcionario de la Nacional Distribuidora Estatal de Subsistencias Populares, NADIESUPO. Sentinas aceptó y cumplió su parte del negocio, no sin antes asegurar la carga por una elevada suma; organizar que unos judiciales se la robaran con todo y el tren; cobrar el seguro; vender la leche de todos modos; cobrar rescate por la máquina y los vagones; chantajear a los compradores acusándolos de querer chernobilear a la niñez mexicana; recoger la leche de nuevo; vender algunas toneladas en Cuba, y regresarla finalmente a los Estados Unidos con todo y la cocaína, pero con la intención de descargarla en secreto y vendérsela a los competidores de Peter Pancreas en Jersey City.

»Pancreas se puso furioso. Reunió a cientos de empresarios de todo el mundo, hartos de lidiar con una corrupción que, como la mexicana, no tenía ningún respeto hacia las leyes de la corrupción internacional; juntos pagaron abogados y cabilderos y llevaron el problema de la corrupción mexicana a los tribunales internacionales, hasta conseguir que a las reglas comerciales con México —lícitas e ilícitas— se les agregara una cláusula atroz: si quería seguir haciendo negocios, era menester que tuviera un sistema judicial eficaz, y como eso iba a ser imposible entre mexicanos, tendrían que comprar uno ya hecho en Suiza.

»—¡Todo por unos cuantos putos vasos de leche! —diría para sus adentros el procurador general de la nación.»


Guillermo Sheridan, El dedo de oro (1996).

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