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lunes, 28 de febrero de 2011

Para el diván


No sé si alguien creerá este sueño. Yo mismo, si fuera otro, pensaría que quien me lo cuenta falsea o embellece algunos detalles para impresionarme, por amor propio o por  dar rienda suelta a su voluntad literaria. No puede ser, diría, que alguien sueñe frases así de cuidadas, así de significativas, incluso con estilo.

Sin embargo, pasó. La madrugada del sábado soñé una serie de escenas mínimas, inmóviles, fugaces. Al menos dos de ellas me impresionaron lo suficiente para obligarme a despertar y alargar la mano derecha en busca del interruptor de la lámpara y el cuaderno con el lápiz entremetido en sus páginas.

Garrapateé un par de líneas, la primera más notable que la segunda y, en cierta forma, menos personal, esto es, la que menos me sugiere conexiones con mi propia vida, mis inquietudes y frustraciones, mis deseos. De la otra, por el contrario, sí podría hallar al menos un vínculo con cierta preocupación que me asalta de manera constante desde hace un año y de la cual todavía no puedo desembarazarme. 

Como sea, he aquí mis sueños:

1) Miro una pantalla de computadora y en ella un perfil de facebook —tal vez el mío, pero no recuerdo si me soñaba a mí mismo mirando esa pantalla o si ésta aparecía en el sueño como el enfoque impersonal de un objeto cualquiera. Recorro los nombres, los distintos updates y status, miro pasar las imágenes y fotografías de un puñado de personas. Me detengo porque una frase llama mi atención, una que en principio atribuí a DD aunque un instante después, al sentirme equivocado, consideré la posibilidad de que EE la hubiera posteado. Esto fue lo que leí (aunque parezca increíble): «En busca de una eternidad duradera en la realidad —dijo el Maestro— se corre el riesgo de encontrar una mediocre en los libros». 

2) Miro una hoja de papel, amarillenta pero no gastada, como si se tratara de un papel especial, distinto del corriente. Leo una enumeración de motivos o de cualidades, todas relacionadas con algo, con un libro o conmigo mismo (como si se tratara de una lista de propósitos o pendientes). Recuerdo un número grande, pero no definido. De todos, sólo uno quedó en mi memoria (o sólo uno leí con claridad): «[3 o 4] En el Sur de Ascensio se encuentra Borges».


jueves, 24 de febrero de 2011

Premios Revista de Letras


Este blog se encuentra nominado en uno de los Premios Revista de Letras. Mucho te agradeceré, lector amantísimo, que correspondas a las muchas o pocas gracias que aquí lees con un voto favorecedor.


El procedimiento de votación es sumamente sencillo, sin trámites ni registros ni vericuetos engorrosos o superfluos. Sin palabrería vana también. Basta con entrar a esta página:





desplazarse casi hasta el final y en la categoría 


PREMIO REVISTA DE LETRAS AL MEJOR BLOG INTERNACIONAL DE CREACIÓN Y/O CRÍTICA LITERARIA



dar un clic en "El melancólico vacío", que es, como sabes, el nombre de este blog.


Mucho te agradeceré si tus inclinaciones y exquisito gusto te llevan a obsequiarme con dicho favor.


Vale

lunes, 21 de febrero de 2011

Varia citadina (4)

(dos muestras de paisajística urbana) 

2. Entre septiembre y diciembre, la administración local remozó la zona donde se asientan los edificios donde despacha. Cambió el pavimento de una cuadra, redujo una calle, amplió dos o tres tramos de acera, desapareció todas las bancas del jardín. A un costado del más importante, que también es el más antiguo, un palacio de ayuntamiento reducido a las proporciones que merece un pueblo alejado del centro de la ciudad y nunca realmente importante, se cimentaron cuatro macetones, cuadrados, inamovibles, uno para cada palmera traída a morir al clima templado, casi frío, de esta región.

Caminando cerca de ellos me asomé a su interior, por curiosidad o por desconfianza. Advertí, no sin asombro, que nadie había arrojado basura: ni envolturas de papitas o galletas ni envases de refresco ni latas de aluminio. Nada. Ni cadáveres de animales domésticos ni colillas ni chicles ni revistas deshojadas. Ni bolsitas de papel o de plástico ni cajas de cartón ni empaques de aparatos electrónicos ni tarjetas telefónicas agotadas ni cables arrancados quién sabe de dónde. Nada. Ni propaganda de ningún formato ni periódicos viejos ni botellas de licor. Nada de panalitos ni cuartitos de Presidente ni tequilas de nombres risibles o vergonzosos. Nada de nada.

Qué raro, pensé.

jueves, 17 de febrero de 2011

Varia citadina (4)

(dos muestras de paisajística urbana)

1. En Ciudad Universitaria, detrás de casi todos los institutos de investigación en humanidades, quedó un claro, un pastizal más o menos extenso y ligeramente accidentado, de sinuosidades y simas, de tierra blanda en algunas partes y rocosa en otras, de un puñado de árboles frondosos, de una estirada escultura que contrasta a la perfección con el arco amplio que encierra a la biblioteca de Filológicas. Cruza ese campo, lo parte casi por mitad, una vereda antaño fácilmente distinguible, resultado de las decenas o cientos de pisadas que cada día atravesaban el lugar para dirigirse a alguno de los institutos. Para esos caminantes con un destino específico que por decisión y obligación, por una necesidad espontánea e incidental nacida de un hábito primario improvisaron esa ruta, distintos de los perros, pepenadores, vagabundos, paseantes solitarios y púberes que de vez en vez truecan un día de escuela por uno en el campo, para ellos se construyó a lo largo del semestre anterior un pasaje más digno, techado e iluminado, de suelo de concreto, de pilares pintados de gris (el color que prefieren las autoridades administrativas de cualquier academia, desde Platón).

La primera vez que lo caminé ya terminado, ya sin cimbra ni alambres salientes, sin maderos ni charcos de mezcla qué salvar, sin albañiles púdicos o temerosos del simbolismo tremebundo de la UNAM que transmitían a la mirada todas los gestos y palabras y sonidos animales que podrían proferir para llamar la atención de la mujer que pasaba junto a ellos y con la cual hubieran querido, como dice el clásico, formar el monstruo de dos espaldas, pensé que todavía era un elemento extraño al paisaje universitario, que a pesar de tener todo lo necesario para servir y ser útil y, sobre todo, para oficializar un camino frecuentado pero irregular, fuera de la norma, carecía de la pincelada última que lo congraciara con el ambiente adonde había llegado, del bautizo o la unción que lo distinguiera para siempre con el temple universitario, una suerte de sello o diploma que lo certificara como miembro irrenunciable de dicha comunidad.

Faltan, hasta la fecha, en sus paredes y en cualquier espacio de visibilidad ineludible o cómoda, los carteles que promueven la conferencia, el curso, el taller, el diplomado, la propaganda revolucionaria de los disidentes, el anuncio del perro perdido con su previsible promesa de retribución económica para quien lo halle, el programa de dos o tres cineclubes, las ofertas de trabajo monótono en condiciones miserables o de viajes a destinos alternativos (es decir, baratos), la pintura descarapelada, el remiendo que no se nota nada más en verano, entre las 17:00 y 17:03 (antes del cambio de horario), cuando los rayos forma con la pared el ángulo que iguala los matices, la ganga de libros de Platón, de Aristóteles, de Hegel (que en la Gandhi están carísimos), el rayón, la firma, el yo estuve aquí, el Caro y Luis Daniel, el Secundaria 98, el puto, el pito, el Zorros Amerindios de la 316, etcétera.

martes, 15 de febrero de 2011

Vasos comunicantes (addenda)

1. El endecasílabo del Inferno es el séptimo del Canto XXVI: «Ma se presso al mattin del ver si sogna».

2. La frase de Novalis —«we are near waking when we dream that we dream», «estamos próximos a despertar cuando soñamos que soñamos» en la traducción de Cortázar— la transcribe Poe en A Tale of the Ragged Mountains, Un cuento de las Montañas Escabrosas. En el tomo de la Library of America dedicado a su poesía y sus cuentos, sin embargo, la cita no merece ningún comentario, ninguna aclaración crítica. Sí, en cambio,  en esta edición mucho más completa a cargo de Thomas Ollive Mabbott, en donde se señala con precisión tanto el origen de la frase como el libro que sirvió de fuente a Poe.

Por cierto, Octavio Paz también repite la frase en la última página de El arco y la lira, en el párrafo final del apéndice "Whitman, poeta de América": «Cuando soñamos que soñamos —dice Novalis— está próximo el despertar».

3. «en las purpúreas horas: Dice Góngora que la musa le dictó o inspiró los versos en la hora del alba; alude a la creencia de la antigüedad de que las horas más propicias para la creación eran las del amanecer: "Aurora gratissima Musis"». 

 [...]

«En cuanto a rosicler, la R. Academia lo define como 'color rosa claro de la aurora'. Pero ese no era el valor que tenía en el siglo XVII. Díaz de Rivas dice: "rosicler... fuera de ser colorido, es encendidísimo" (fol. 104), y Salcedo: "Rosicler llamamos al esmalte rojo; dijo el poeta que era rosicler el día, esto se entiende cuando nace, que se ven aquellos colores rojos".»

Ambos fragmentos, de los comentarios de Dámaso Alonso para la Fábula de Polifemo y Galatea, en el tomo tercero de Góngora y el Polifemo. 

Por su parte Reyes, en su prosificación (El Polifemo sin lágrimas) escribe: «Estas rimas me fueron dictadas en las purpúreas horas que preceden al amanecer: o purpúreas por ser de color púrpura, o por muy puras, hermosas y diáfanas, como dijo Horacio "cisnes purpúreos" [...]. El alba suele ser toda rosas, y el día, rosicler, como se llama el esmalte rojo. Entonces, según los poetas y los sabios, las inspiraciones son más fáciles y auténticas».