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lunes, 3 de enero de 2011

Vasos comunicantes (2)

El único endecasílabo del Infierno que recuerdo a la perfección es este:

«Si del sueño del alba las ficciones»

No sé o no recuerdo en qué Canto figura ni a qué círculo pertenece. No sé qué sigue después de ese verso, a quiénes encontrarán Dante y Virgilio o qué tormentos serán descritos. Sólo sé que su traductor, Ángel Crespo, anotó al pie que los antiguos creían en el valor profético de los sueños soñados en las horas cercanas al amanecer. Cuando lo leí, una época en que despertaba sobresaltado a media noche a causa de la siniestra intensidad de casi cualquier sueño, no pude no creerlo. Creía también entonces en el mundo ambiguamente onírico de Murakami y en una frase de Novalis que Poe cita en alguno de sus muchos cuentos y que mi memoria recuerda bajo esta forma: «Cuando soñamos que soñamos, se encuentra próximo el despertar».

Más tarde conocí a Góngora y tuve curiosidad por su Polifemo. Dediqué primero pocos minutos y después una o dos horas a leerla con ayuda de Dámaso Alonso y Alfonso Reyes y desde la primera estrofa me sentí bien recibido gracias a un eco que creí escuchar de aquellas mántricas palabras:

                     en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día,

Tampoco recuerdo con precisión cómo glosaron ambos, en su calidad de gongoristas, esos versos. Quizá Dámaso Alonso les prestó más atención y adujo un tópico clásico sobre las horas más propicias para la creación o la inspiración poéticas: las horas previas al romper de la aurora, las horas en que la salida del sol es inminente, “las purpúreas horas en que es rosas la alba y rosicler el día”.

Finalmente, hace unos días, leyendo una y otra vez, a veces en silencio, a veces en voz alta, siempre para mí, el sueño con que casi cierra la segunda parte de Du côté de chez Swann, mi vista y mi pensamiento no pudieron abandonar esta frase:

«Ce fut en dormant, dans le crépuscule d’un rêve»

que no exige demasiada dificultad para comprenderse: «Fue durmiendo, en el crepúsculo de un sueño». Lo notable, sin duda, es la metáfora de crepúsculo para remate, indicando con ésta que el sueño en que Swann acepta por fin y para sí que Odette es la querida de Forcheville, el sueño en que descubre que su único refugio es el consuelo que él mismo pueda dispensarse, es el último antes de que se ponga el sol de ese mundo incontrolable y despierte al amanecer real de la realidad del libro.

Pero quién sabe si todo esto significa algo más que una coincidencia, una tríada casual cuyo único punto en común es el lugar donde residen los recuerdos de esas tres lecturas.