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sábado, 25 de septiembre de 2010

Ya recordé por qué no leo La Jornada

Los cien años de la UNAM

La cúpula universitaria siguió de manteles largos
Honoris causa para quienes abren las puertas del siglo XXI

Blanche Petrich

Periódico La Jornada
Viernes 24 de septiembre de 2010, p. 4

Honoris causa, latinajo [esos desplantes sibaritas aquí no, no en éste que es un periódico del pueblo y para el pueblo, ese pueblo homogéneo, bondadoso, fiel, humilde, esperanzado, sediento de conocimiento, hambriento de cultura, alevosamente privado de información, el pueblo que existe en la cabeza de los compañeros que hacemos este rotativo] que no tiene que ver tanto con grados sino con significados académicos. Honrar a quien honor merece. Ayer, en conmemoración de su tránsito de un siglo a otro, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) otorgó birrete, toga y grado de doctor –símbolos de pertenencia a la UNAM, nada menos, nada más [non plus ultra diría, pero mis dogmas no me lo permiten]– a 16 pensadores que en diversas vías del conocimiento enriquecieron el siglo XX y abren puertas y construyen puentes para el XXI. Nuestro huracanado siglo. [porque eso de convulsionado ya es lugar común, ya cualquiera lo dice: hay que innovar]

Fue en el Palacio de Minería. Dieciséis nombres. Las piedras y las palabras. Las estrellas y las monedas. Las ideas y el cuerpo humano. Aportaciones en la ingeniería y el arte, la arqueología y la comunicación, la medicina y las letras, la sociedad y la ciencia, a las generaciones que transitan del hoy al mañana y dejan un legado de obras y tratados, edificaciones y pensamientos. [una muestra de talento poético, porque también es posible en el periodismo, pero de poesía con los pies en la tierra]

Faltaron dos togas, que si no hubieran sido 16 [¿aritmética elemental?]. Carlos Monsiváis, pensador y escritor mexicano, el Monsi ajonjolí de todos los moles de la sociedad civil, el de la Portales post mother-na [pero afortunadamente muerto y ya de todos, de quien quiera]. Murió, por eso dejó su silla vacía [por eso, no por otra cosa]. Y Simone Veil, la feminista francesa, ya octagenaria, que lleva tatuado en el brazo el número 78651, su identidad como cautiva de los nazis en Auschwitz; una de las primeras científicas occidentales abanderadas de la causa contra el sida en África [vean y aprendan: así se complica macarrónica e innecesariamente una oración], que hoy no pudo estar aquí. [que si no, con toda seguridad la veríamos dando maromas nomás por el puritito gusto de ser honrada con tan honroso y honrado honor]

La elección por el Consejo Universitario de los honoris causa para este 2010, piedra de toque de centenarios y bicentenarios [¿piedra de toque?], hubo de tomar en cuenta una idea que ya hace un siglo imprimió el primer rector, Justo Sierra, y hoy retoma el actual rector José Narro, en torno al compromiso de la UNAM con su tiempo y su gente.

A Grosso modo (ya que le entramos a los latinajos) [pero lo uso mal, con una horrible preposición antecediéndole, con esa horrible g mayúscula, para que se note que si bien flaqueé y caí en la tentación de elevarme por encima de la medianía, de descollar de entre el pueblo y sus lectores que guardan celosamente el verdadero conocimiento, la cultura que de veras vale, hago de todos modos evidente que no sé usar esos términos burgueses, que no soy muy distinta de ustedes, pueblo] se resume así: a la hora de la toma de Constantinopla, el mundo que se derrumba alrededor nuestro no sorprenderá a sus universitarios [¿los de Constantinopla? ¿o los del mundo que se derrumba?] con los ojos pegados al telescopio o el microscopio [ni siquiera si ese es su trabajo; porque, bien lo sabemos, la realidad auténtica está allá afuera, no en esos recintos cómodos y ofensivamente inútiles que son los laboratorios, los cubículos, las bibliotecas] sino más bien "atentos a los asuntos que preocupan a los mexicanos". Esto fue, en palabras de Narro, la ceremonia de ayer [y no esa fantasía pseudo apocalíptica puesta aquí porque se me ocurrió y porque me quedó bonita].

Uno por uno, los ungidos [de esta aristocracia o de esta iglesia] pasaron al frente para que el rector los invistiera con una especie de capita de terciopelo [una fruslería, un capricho anacrónico] hasta el codo y un gorro cilíndrico adornado con cordoncillos dorados y pompones de diversos colores, vestimentas protocolarias que se han usado sin interrupción desde hace ya 800 años, costumbre heredada –dicen los que saben [y dirán los que no saben]– de la antigua universidad de Salamanca.

El argentino Vitelmo Bertero, que inspirado por los daños provocados por el sismo en San Juan, región andina, en 1944, dedicó su conocimiento a desarrollar construcciones antisísmicas que hoy en todo el mundo "salvan vidas y protegen ciudades".

El estadunidense Noam Chomsky, que revolucionó el campo de la lingüística clásica, según la cual el cerebro humano aprende el lenguaje casi instintivamente; militante. [¿Y este adjetivo? ¿Qué hace aquí soltado en medio de la nada? Tan náufrago el pobre, pero eso sí, tan digno, tan congruente, tan laudable]

Tres espléndidas mujeres creadoras del saber, desde la Mosquitía nicaragüense hasta los barrios de El Cairo, pasando, por supuesto [¡por supuesto!], por la UNAM. Una, Mirna Cunningham, originaria de Waspa, en el delta de la costa atlántica nicaragüense, forjadora de un cuerpo de ideas contra el racismo, médica, educadora, ex combatiente sandinista. Dos, la egipcia audaz Nawal El Saadawi, feminista del mundo islámico, siquiatra, ex presa política, peligro público para las clases gobernantes teocráticas. Su lema: "El sueño es poder". Tres, la filóloga mexicana Margit Frenk Freund, de origen alemán, enamorada y transmisora de las luces del Medioevo popular español.

Algunos doctorados pertenecen no sólo a la academia sino al mundo político, [porque no hay mundo político en la academia] como el economista mexicano David Ibarra, crítico del neoliberalismo mexicano de las tres décadas pasadas, y el español Ángel Gabilondo, ministro de Educación de España, filósofo [¿quedó claro por qué estas dos personalidad pertenecen al mundo político y no sólo a la academia?] . A él le tocó el discurso protocolario.

Habló de la congruencia, del logos, el compromiso con el decir verdadero, un denominador común que se encuentra en los académicos investidos de hoy y que "no encuentro fácilmente en otros lugares". [después dijo esto otro, «Los siento vinculados a una ascesis y a una soledad, a un retiro de los lugares cómodos y comunes que adopta la forma, no de un aislamiento, sino de una solidaridad.», pero eso no suena tan acá, tan congruente, como aquello del "decir verdadero"]

Además, el rector impuso el grado a la arqueóloga Linda Manzanilla, estudiosa de los orígenes de las ciudades, desde Mesopotamia hasta Teotihuacán. A Fernando Ortiz Monasterio, bisturí creador de un semillero de cirujanos plásticos universales [su mayor mérito]. A José Emilio Pacheco, puente para que los jóvenes de hoy transiten hacia la poesía y la literatura [la verdad es ingeniero, no poeta ni prosista, y toda su obra admite sin reparos la identificación con un puente]. Al astrofísico Luis Felipe Rodríguez Jorge, hombre que se relaciona, de tú a tú, con las estrellas de la Vía Láctea. [¿Cómo le hace para relacionarse de tú a tú con todas las estrellas de la Vía Láctea? Ni yo lo sé, pero seguro por eso le dieron el honoris]

Federico Silva, un cincel que moldea la piedra volcánica e incursiona con la tecnología de punta para dominar el espacio. Mario Vargas Llosa, el peruano que ha arrojado a millones a la fascinación por la lectura desde los 60 (La ciudad y los perros) hasta best sellers [porque también me sé algunos anglicismos] de los años recientes que no necesitan presentación. [pero no porque evito nombrarlos se diga que no los conozco] [además, mira qué chulada de período acabo de acuñar para los estudiosos de la literatura latinoamericana: «desde los 60 hasta best sellers de los años recientes». No de los 60 a los 90, o de los 60 a los primeros años del siglo XXI. Nada de eso. De los 60 a los best sellers.]

El filósofo Ramón Xirau, republicano y catalán, que merecía hace décadas este doctorado, calificado por Octavio Paz [¿el doctorado?] de "hombre puente", puerta de entrada [¡Oh que la... ! ¿No que puente?] de muchos jóvenes a las artes de Sofía. [también sé de etimologías; espero que el público, conocedor como es, sepa apreciar este guiño cultural pero nunca pedantemente erudito]

Fin de la ceremonia. La orquesta y el coro de cámara de la Escuela Nacional de Música entonan el himno Gaudeamos igintur [¿otro latinajo? No, por favor]. Suena solemne pero no lo es [no, claro que no, Borges, ese gentilhombre, estaba equivocadísimo al decir que «el latín tiene una dignidad singular a la que aspiran todos los idiomas que vinieron»]. Es el equivalente al "gooooyaa" [así, con... unados... cuatro os y dos as, el goya estándar, el auténtico, el de los verdaderos unamitas, esos dignos ejecutores], del desmadre universitario universal (valga la redundancia) [o la cacofónica aliteración, que al fin y al cabo todo es lo mismo] que entonaban, inspirados por muchos tarros de cerveza [me consta], los estudiantes de la sociedad del conocimiento [porque también leo teoría] en la Alemania medieval [se equivocan quienes datan su origen en el romántico siglo XVIII; una época en la que, por otra parte, ya había universidades en algún lugar de ese territorio que ahora conocemos como Alemania]: "Alegrémonos, pues, mientras seamos jóvenes. Tras la divertida juventud, tras la molesta senectud, nos recibirá la tierra".

La cúpula universitaria siguió de manteles largos. Banquete en la antigua Facultad de Medicina, en Santo Domingo. En CU, las prepas y cchs, los institutos y demás centros del saber puma, mientras tanto, para la infantería de [este ejército del conocimiento mejor conocido como] la comunidad universitaria hubo clases, horarios, exámenes, chequeo de tarjetas, calificaciones, rutina. El cumpleaños centenario lo celebran otros. [indignos: qué serían sin la infantería, sin las bases, sin esa parte honestamente privilegiada del pueblo que es la comunidad universitaria]

lunes, 13 de septiembre de 2010

Leer, estos días



«Ah, me encanta llegar al twitter y leerlo como antes leía el periódico o veía la tele.»



La lectura no ha sido siempre la misma, pero sus cambios parecen tan pocos y tan paulatinos que tendemos a obviarlos o desconocerlos. Dos o tres son sus transformaciones importantes: de leer oral y grupalmente se pasó, más o menos en el siglo XV, a leer silenciosa y solitariamente; entre el XVIII y el XIX dejó de releerse un puñado de textos clásicos para comenzar a leer compulsivamente y en serie los muchos libros que por entonces se daban a la imprenta. De esos cambios resulta nuestra lectura actual: leemos solos y en silencio y casi no releemos los libros que leemos. Pero seguimos compartiendo lecturas y de vez en cuando tomamos de nuevo un libro ya leído para releerlo completamente o sólo algunas de sus partes.

Esta historia también pocos la protagonizan. El autor y el lector son, de ordinario, los más importantes (aunque el grado de su importancia no ha sido siempre el mismo). Menos atención recibe alguien que por comodidad personificaré como el impresor, en quien convergen todas las preocupaciones materiales en torno a los libros. Pero quizá esta no sea la mejor forma de presentarlo. Quizá sería mejor decir que el tercer elemento de esta obra es, como el escenario, la parte material y espacial donde se representa y que, en el caso de la lectura, podría identificarse con los medios que hacen la lectura posible: el papel, la tinta, la imprenta (o sus equivalentes históricos).

Pero eso fue hace siglos. La lectura ha cambiado o, mejor dicho, está cambiando: los autores, los lectores, los mediadores entre ambos. El autor, esa difícil noción moderna, pierde cada vez más la verticalidad que lo caracterizaba desde Montaigne, ha ganado en ubicuidad, pero conserva e incluso ha exaltado su ligazón indefectible al yo. ¿Lectores como Nabokov? Nunca fueron muchos, pero quizá ahora sean todavía menos: «A good reader, a major reader, an active and creative reader is a rereader» (Lectures on Literature), pero también puede ser que la literatura que se hace en nuestros días, la literatura que cabe en los 140 caracteres de un tuit o en el post de un blog, requiera lectores distintos a Nabokov —o quizá no. Finalmente, los medios están cambiando. Como antes con la memoria y la imprenta, ahora la lectura parece atravesar una revolución gracias a la tecnología originada en la computación. Es muy probable que sigamos leyendo a solas y en silencio, quizá seguiremos compartiendo a destiempo los hallazgos de nuestras lecturas, pero el hecho de leer, la forma en que lo hacemos, nuestros hábitos y prácticas y manías, es lo que pienso que está cambiando.

Quizá el lector contemporáneo sea más impaciente, más reacio a leer demasiadas palabras y todas con cuidado. Quizá sea excesivamente selectivo, aunque no siempre seleccione lo mejor. Si es creativo o inteligente, ¿cómo saberlo? Eso depende de sus lecturas previas. Un tuit puede llevarlo a pensar en un poema leído hace mucho tiempo, en el diálogo entre dos personajes de una novela, en un cuento de Arreola. También es seducido rápidamente por el efecto inmediato: un juego de palabras corto, eficaz, sencillamente gracioso; una frase de voluntad poética anclada en imágenes asequibles; otra que parodia algo demasiado conocido (la noticia del día, el eslogan más repetido, el error del famoso: la actualidad). En esos tres ejemplos una constante: las figuras retóricas de repetición y de trasposición. Por último aventuro que a este lector nuestro de cada día le importa poco o nada recordar lo que ha leído. Pero tampoco escasean las muestras de otro tipo a disposición de los lectores, esas que pueden caber en las anteriores clasificaciones, pero que también ofrecen una ganancia inesperada al lector, la que da el ingenio y la inteligencia.

¿Los riesgos? La confusión entre lectura y consumo. La dependencia enfermiza hacia el autor (paralelamente, el miedo incurable del lector sobre si su lectura es o no correcta). Ese raro narcisismo colectivo. Perseverar en la creencia de que la literatura sólo es Cervantes o Shakespeare o que sólo está entre las tapas de los libros o que leer a cualquier aforista célebre (Kraus, Lichtenberg, Gómez de la Serna) no es equiparable a leer una timeline bien elegida. El encasillamiento en lo breve y fragmentario. La aparente victoria de la ocurrencia, de la banalidad, del desdén, del olvido. El aparente triunfo de la risa y el humor (y el desprecio por todo lo doloroso, lo triste, lo sufriente y también lo aburrido). El asentamiento de la comodidad.

¿Las ventajas? La lectura misma, siempre.


***

Publicado previamente aquí, ligeramente distinto.

lunes, 6 de septiembre de 2010

(sin alusiones personales)



[De vez en cuando me acuerdo de esto, algunas de la nada, otras pocas con motivo manifiesto]




«La amistad resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.»




[Previsiblemente, el libro donde lo leí, Ese maldito yo, fue regalo de un amigo]